La cerámica me ha acompañado desde chica y es un medio al que he vuelto una y otra vez.
Fue un pasatiempo hasta que, tras la muerte de mi papá en 2014, entendí que era algo más profundo. Es a través del barro que mejor puedo expresar mi manera de ver y experimentar el mundo; es donde mi espíritu creativo se siente más libre y en casa.
Mi primera exposición – Reverencia – fue un homenaje a mi papá. La hice en 2018 en la casa familiar, justo antes de entregarla a sus nuevos dueños. Fue una experiencia íntima y hermosa, la culminación de un luto pausado y feliz, dentro de todo.
Ahora trabajo en un nuevo proyecto que se centra en la experimentación y el juego con los materiales, un proceso orgánico y divertido que expondré en algún momento dentro de los siguientes años.
Exposición 2018
Todo comenzó el día que mi papá me escribió un poema. Fue hace más de 18 años, cuando me fui a Boston por algo más de un año después de terminar la carrera de Adminis- tración en la Pacífico, para seguir cursos de arte sin ninguna estructura y con el único objetivo de sumergirme de lleno – aunque sea sólo por un tiempo – en mi pasión: el arte.
El poema llegó hacia el final de ese año, de improviso y por e-mail (que mi papá sólo aprendió a usar cuando me fui), un día que estaba en mi trabajo temporal en el Museo de Bellas Artes de Boston. No paré de llorar por horas. Era un relato honesto y sensible, una evidencia del arte que él llevaba dentro, una declaración de corazón abierto que me convenció de volver a Lima. También fue la inspiración para una de las últimas piezas que hice allá: un saco en el que bordé el poema, de manera algo burda pero con mucho sentimiento, con hilos de colores – hilos iguales a los que producían en la fábrica textil de mi familia que mi papá manejaba. Fue una pieza bella, sencilla y cargada de amor, una simbiosis de arte familiar.
La historia continúa años más tarde, cuando ya tenía 34 años, estaba casada con Tito, mi maravilloso esposo, y teníamos dos hijos pequeños preciosos – Amanda y Felipe. En esa época hice un trato con mi papá: una vez que Felipe entrase al colegio, yo tomaría “la posta” en la fábrica. La vida es bastante menos ordenada que los planes y a veces lo pone todo de cabeza. A mi papá le detectaron cáncer al páncreas al poco tiempo de nuestra conversación y, sin dudar, fui a sentarme en su sitio y desde entonces manejo la empresa.
Es difícil explicar las emociones que me dejaron esos casi 3 años que mi papá vivió con la enfermedad, siempre sereno, siempre con buen ánimo y decidido a salir triunfante. Fue una etapa dura, sin duda, pero a la vez reveladora, potente en amor y esencial para mi crecimiento como persona. No cambiaría un solo día de esos años, fue un honor estar a su lado y acompañarlo en el viaje que le tocó.
Ya hacia el final – la parte más difícil – decidí rescatar su poema. Tomamos fotos, Tito y yo, de todas las palabras bordadas en el saco, que encontramos olvidado en algún closet. Con las fotos volvimos a “escribir” el poema y Bati, mi suegra, lo enmarcó con la sencillez y luz que le correspondían. Ese fue mi regalo para él en su última Navidad. Quería que recuerde su creación, esa que fue tan importante en mi vida.
Este proceso fue como una meditación. Un traer del olvido, un hurgar en el corazón más profundo. El dolor y la confusión de esta época me llevó al cobijo de la meditación real, al ritmo constante de ir “hacia adentro”, en el que me apoyé para poder afrontar lo que se venía. Lentamente, esta práctica se convirtió en una compañía esencial para el luto y fue gracias a ella que empecé a escribir. Frases, poemas, mensajes mágicos con sabiduría propia que traían a mi mente imágenes: objetos sencillos del día a día, símbolos que me ayudaban a expresar el tumulto de sentimientos y miedos que sentía a medida que mi papá nos iba dejando.
El 24 de Marzo del 2014 se fue. Siguieron meses desordenados en tantas maneras. No sólo en lo que sigue a una muerte de manera formal: trámites, encargarse de todo eso que queda en el aire, repartir las cosas. Caóticos también por dentro, sentía un remolino de emociones constantemente atacándome, cuestionando todo lo que hacía, lo que decidía. La meditación siguió siendo el ancla al equilibrio, a ese centro que no se mueve ni con la peor tormenta. Fue desde ese espacio que decidí volver a la cerámica, arte que gracias a mi Mami bella me ha acompañado desde pequeña, para plasmar en físico los símbolos que seguían apareciendo cuando meditaba,
expresando las emociones de mi luto destiladas, en su esencia pura.
Allí es cuando nace esta exposición. Comenzó con 5 imágenes que llevé al taller de mi profesora, Gladys: una llave vieja, una moneda, una flor, un dije, una bolita luminosa. Decidí hacerlas grandes, como las emociones que expresaban; un testimonio concreto de la pérdida, un homenaje a la bella relación que siempre tuve con mi Pa.
A esos primeros objetos se fueron sumando, uno a uno, más objetos. Las ideas fluyeron de manera natural, emanando de manera lenta y continua desde mi centro. Cada símbolo esta- ba siempre acompañado de un texto – a veces corto, a veces largo – que venía del mismo lugar, a la vez, en conjunto.
Así fue como llegaron a ser 14 piezas. Cada una de ellas un testigo sólido de mi proceso: el viaje que comenzó con la pena y la pérdida se convirtió en una fuente de tesoros invaluables, un apoyo paciente para lo que viene, un haz de luz que me ha guiado en el camino. Así como comenzó el proceso, terminó de manera natural. Supe cuál era la última pieza y supe también que quería mostrar esta experiencia a las personas que quiero, que me han acompañado y ayudado de tantas maneras. Un testimonio no es un testimonio a menos que llegue al otro.